martes, 13 de agosto de 2013

PRAGA IV

La mañana del 5 de julio no iba a dar mucho de sí puesto que teníamos que dejar el hotel a las 12 y coger un taxi para el aeropuerto. El primer día que llegamos y vimos cómo se ponía el Puente de turistas decidimos que el último día podríamos levantarnos al alba y verlo tranquilamente. Dicho y hecho, a las 6:00 ya estábamos arriba, tomamos un café (por llamarlo de alguna manera) rápido en el hotel y nos dirigimos al Puente viendo cómo la ciudad se despereza o se acuesta, según la edad del personal, jaja.
Efectivamente a las 7:00 ya estábamos allí y aunque estaba muy tranquilo no se puede decir que fuéramos las únicas, pero nada que ver con el resto del día. Había otro señor (japonés por supuesto) cargado de trípode y super cámara que había tenido la misma idea que nosotras, una pareja (japonesa) de lo más curiosa y los típicos corredores matutinos que ya forman parte del paisaje de cualquier ciudad. La luz a esa hora no era ni mucho menos tan bonita como la del primer día, pero no dudamos en fotografiarlo desde todos y cada uno de los ángulos posibles. Me atrevería a decir que incluso nos ensañamos haciendo fotos, pero es que es tan bonito…
Volvimos sobre nuestros pasos para desayunar comodiosmanda en la Plaza del Ayuntamiento y de paso ver el Reloj sin gente. Lo de verlo sin gente muy bien, pero lo de desayunar ya no tanto. Resulta que ninguno de los bares-restaurantes-hoteles de la Plaza sirven antes de las 9:00. Nuestro gozo en un pozo. Nos adentramos un poco por las callejuelas circundantes y menos mal que dimos con una cafetería (italiana tenía que ser) que sí nos daba de desayunar. Un buen café italiano después de tanto brebaje al que tienen el valor de llamar café se agradeció bastante. Ahora solo nos quedaba hacer acopio de souvenirs y despedirnos de una ciudad encantadora, amable y maravillosa. Un disfrute de viaje que recomiendo de todo corazón a todos los que no hayan tenido la suerte de visitarla aún. :) :)

Suzy


Suzy


PRAGA III

Jueves 4 de julio, amanece un nuevo día en la ciudad de la luz, al menos ese es el sobrenombre que le pusimos nosotras el primer día que llegamos. Hoy vamos a subir al Castillo y pasaremos todo el día viendo todo lo que hay que ver dentro del recinto. El Castillo de Praga (Prazsky Hrad)  necesita un día entero para verlo bien. La historia de Praga se remonta a la construcción del Castillo en el siglo IX. Está situado en una colina de cara a la ciudad con las vistas más impresionantes de la misma. La mezcla de palacios, iglesias, museos, jardines y galerías ayuda a entender bien los orígenes de Praga.
Ante tanta oferta cultural hicimos una selección desde el principio para sacar el mayor partido posible. Queríamos ver la Catedral de San Vito, el Callejón Dorado, El Antiguo Palacio Real, la Basílica de San Jorge y el Palacio Lobkowicz.
Volvimos a coger el tranvía 22 que ahora ya teníamos controlado, y empezamos la visita en la Catedral. La entradas para el recinto se venden en el Tercer Patio, en el Centro de Información del Castillo. La nuestra nos permitía ver todo lo que habíamos seleccionado. Por supuesto hay otros  tipos de entradas, por si alguien quiere abarcar más, pero a nosotras con esta nos bastaba.
La Catedral San Vito se comenzó a construir en 1344. Su posición privilegiada en lo alto de la colina sobre el Moldava y el resto de la cuidad la convierten en uno de los monumentos más significativos de Praga. La Capilla de San Wenceslao que está decorada con 1300 piedras semipreciosas y frescos de la pasión de Cristo o el impresionante órgano son dos buenas razones para visitar la catedral, aunque como todas las catedrales góticas tiene mucho más que ver. Nos llamó mucho la atención el hecho de que tanto la Catedral como el Puente de Carlos IV, que son dos de los reclamos turísticos por excelencia, estén totalmente negros, sobre todo teniendo en cuenta que todas y cada una de las fachadas así como todas las calles están absolutamente impolutas.
No obstante el pórtico principal de la Catedral o su Puerta Dorada, a pesar de que necesiten rehabilitarse urgentemente, siguen siendo preciosos. Después de dar varias vueltas por todo el recinto nos percatamos de que es el lugar elegido por los recién casados praguenses para hacerse las consabidas fotos.
Así mismo, tuvimos tiempo de ver el cambio de guardia, que nos pareció un pelín patético y después nos dirigimos a nuestro siguiente objetivo que era el que más ilusión nos hacía: el Callejón Dorado. 
Esto tengo que decir que superó todas nuestras expectativas y no nos defraudó en absoluto. Yo diría que es casi lo que más nos gustó, quitando el Puente y el Reloj, claro.
Volviendo al Callejón, se trata como su nombre indica de un callejoncito que bordea el muro interior del castillo y cuyas diminutas casitas son de lo más pintoresco, parecen sacadas de un cuento de Andersen.  En su día fueron el hogar de los orfebres y alquimistas de Rodolfo II (de ahí el nombre). Franz Kafka vivió  un tiempo en el número 22.
Como podéis imaginar estaba a reventar de turistas, lo cual complica bastante la cuestión de sacarle fotos. Pero nos daba igual, estábamos alucinadas con todas las casitas y el callejón en sí. De ahí bajamos a uno de los jardines para disfrutar de las vistas y decidir dónde podíamos comer. Entonces apareció Pedro y diréis: y quién es Pedro. Pues debe ser uno de los checos más majos que te puedes encontrar. Con muchísimo arte nos convenció (en un español de lo más apañado y con toda la gracia) para que comiéramos en el Palacio Lobkowicz.
Nos contó el menú, descuento incluido por ser nos quien éramos, nos lo adaptó a lo que queríamos probar y se lo dijo a los camareros, nos consiguió una mesa con las mejores vistas, (vamos, teníamos toda Praga a nuestros pies) y estuvo con nosotras hasta que nos dejó  bien instaladas. Pero todo esto ¡con un arte!  que daba gusto. Desde luego la comisión se la curra.
El Palacio Lobkowicz que también pertenece al recinto del castillo, alberga una galería de arte que rivaliza con la Galería Nacional y que no está nada mal para ser privada. Sin embargo nosotras no entramos a la galería, hay que pagarlo a parte. Tuvimos suficiente con probar el famoso goulash disfrutando de las vistas.
Aún nos quedaba por ver la Basílica de San Jorge y el Antiguo Palacio Real. De modo que cuando acabamos de comer nos lo tomamos con calma y vimos las dos cosas. La basílica es románica y por tanto es pequeñita, se ve en seguida. Cuando entramos nos enteramos de que esa tarde habría allí mismo un concierto con un quinteto de cuerda y una soprano y como es lógico sacamos entradas.  Ir a Praga y no ir a un concierto de música clásica es imperdonable, sobre todo si una de las viajeras es profe de música, jeje.
Pero antes del concierto teníamos que visitar el Antiguo Palacio Real que está justo enfrente de la Puerta Dorada de la catedral.  Otra obra maestra del gótico tardío famosa entre otras cosas por haber sido testigo de las defenestraciones de los gobernadores católicos a manos de los protestantes.
El programa del concierto que íbamos a oír en la Basílica era algo así como The Greatest Hits de la música clásica. Vamos, los imprescindibles, desde Smetana y Dvorák por supuesto, hasta Brahms pasando por Bizet, Händel, Pachelbel, Albinoni o los inevitables Mozart y Vivaldi. Todo muy conocido, al menos para Mª Luisa que como es lógico está bastante más puesta que yo. A mí me sonó genial pero ella como buena experta dijo que sonaban muy bien técnicamente, pero sin alma. No emocionaban para nada. Muy correctos, pero demasiado fríos. La soprano, según ella, tenía una voz muy fea. Ni que decir tiene que esto tampoco lo noté. Pero el hecho de oír todo eso en el interior de la basílica y con esa acústica tan espectacular mereció la pena. Al terminar el concierto el interior del castillo estaba de lo más despejado. Todos los palacios, museos, galerías y la catedral cierran a las 5:45, aunque el recinto permanece abierto más tiempo. Como nos pillaba de paso se nos ocurrió acercarnos al Callejón Dorado antes de salir por si acaso estuviera abierto y pudiéramos verlo sin el mogollón turístico de la mañana y ¡BINGO! No había nadie y se podía pasar porque ya estaba totalmente desierto. No nos lo podíamos creer, de hecho pegamos una par de gritos de emoción y atrajimos la atención de otros turistas que también salían de la Basílica de haber oído el concierto. Pero nos dio tiempo a hacernos todas las fotos que no pudimos por la mañana, o al menos las mismas pero sin japoneses, jeje.
No creímos que la noche se pudiera mejorar puesto que habíamos visto y hecho todo lo que nos habíamos propuesto y más. Bajamos por la cuesta que lleva a Malostranská donde habíamos cogido el tranvía y además de disfrutar de las vistas empezamos a pensar dónde podíamos cenar y si nos merecía la pena intentar dar un paseo en barco por el Moldava como despedida. Solo había una cosa que no habíamos podido hacer por falta de tiempo y era ir a un club de jazz a oír música en directo. De momento estábamos más o menos servidas porque acabábamos de escuchar el concierto de la Basílica y después de todo no se puede tener todo, ¿no?
Seguimos dándole vueltas a lo del paseo en barco y nos acercamos a preguntar precios y horarios. Y aunque parezca increíble volvimos a cantar BINGO. Hay un barco que te lleva durante dos horas por el Moldava y además tiene jazz en directo a bordo y por si eso no fuera bastante también es restaurante. Tres por uno, como en Carrefour, jajaja. Un jazzboat donde te llevan por el río mientras cenas oyendo jazz y blues en directo, qué queréis que os diga, como broche de oro no tiene parangón.  Si a eso le sumamos que los tres músicos (batería, contrabajo y guitarra eléctrica) eran buenísimos pues ya, nirvana. Pues aún hay más. 
Nosotras estábamos cenando en la cubierta de arriba porque abajo, donde los músicos, estaba todo pillado. Cuando terminamos de cenar bajamos para verlos de cerca, porque los tíos eran geniales. Cuando quedaba como media hora de actuación va un tío del público que estaba cenando tranquilamente con su pareja y le pregunta a los músicos si se les puede unir. Así que ni corto ni perezoso saca una flauta travesera y se pone a tocar con ellos en plan jam session. Bueno, aquello fue ya el acabose. Por poco no nos da algo. Entre las vistas desde el río (viendo el atardecer y como iban cambiando de color el Puente y el resto de edificios), la música en directo y la cena, el éxtasis era teresiano.
Y en este estado de levitación despedimos la última noche en la ciudad de la luz.

Suzy  

 

 

 

 

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

  

 

PRAGA II

El segundo día queríamos visitar el Barrio Judío, ir al Monasterio Strahov que está en la Colina Petrín y por la noche ir al Teatro Negro. Vamos, que teníamos la agenda a tope.
Empezamos a callejear para llegar al Barrio Judío sin una ruta muy definida y una vez más nos fuimos encontrando con maravillas arquitectónicas al doblar cada esquina. Un buen ejemplo es la Casa Municipal, probablemente el más destacado de los edificios Art Nouveau de Praga, donde se ve la huella del pintor y artista decorativo Alfons Mucha. Hoy es la sede de la Orquesta Sinfónica de Praga. Merece la pena entrar y echar un vistazo aunque  solo sea por encima.
Inmediatamente al lado de la Casa Municipal, se encuentra la Torre de la Pólvora que es del siglo XV, de estilo gótico tardío y que constituía una de las entradas al este de la ciudad. A partir del siglo XVII se utilizó para almacenar pólvora, y es otro de los monumentos que está pidiendo a gritos que lo rehabiliten.
Josefov (Ciudad de José) es el nombre que recibe el Barrio Judío en honor al emperador José II que mostró una mayor tolerancia con la comunidad judía. A pesar de esto, los siglos de discriminación están patentes en todo el barrio que nunca llegó a sanearse del todo. De hecho a finales del siglo XIX la zona se consideró un riesgo para la salud y se demolió casi por completo. Solo se salvaron el Ayuntamiento judío, seis sinagogas y el antiguo cementerio. Durante la ocupación nazi llegaron a aniquilar al 90% de la población y pretendieron abrir aquí un “museo de la raza judía extinta”, afortunadamente tras la liberación se convirtió en la mayor colección de objetos judíos sagrados de Europa.
Para visitar el cementerio que es lo que realmente merece la pena hay que pagar y la entrada incluye además la visita a las seis sinagogas. La única sinagoga que merece la pena ver es la llamada Sinagoga  Española situada junto a la Estatua de Frank Kafka. En realidad se construyó en 1868 y el nombre le viene por el estucado de estilo morisco de su interior.
El antiguo cementerio es sin duda lo más impresionante de todo el conjunto. La sensación de hacinamiento y claustrofobia que tantas veces hemos visto en los documentales o películas sobre el Holocausto aquí se hace realidad dejándote sin palabras. Ver todas esas tumbas amontonadas unas encima de otras en ese espacio tan reducido y pensar que ese era el único sitio en que se les permitía enterrar a sus muertos es escalofriante. Es imposible no emocionarse, se me hizo un nudo en la garganta y aquí sí que se me saltaron las lágrimas. Vale que una es un poco sensible, pero me consta que ese es el efecto que le causa a casi todo el mundo.  
Después de tantas emociones y viendo que se nos había hecho la hora de comer consultamos nuestras guías (y cuando hablo de guías me refiero a los libros sobre Praga) para ver si nos recomendaban algún sitio por la zona y la verdad es que el barrio tiene donde elegir. Justo enfrente de la Sinagoga Española hay un restaurante llamado Nostress que además es una galería fotográfica. Los menús del mediodía son muy asequibles y también se recomiendan los bocadillos y la famosa cerveza checa. Esa última fue nuestra elección y la verdad es que nos supo a gloria.
Una vez saciadas de cuerpo y espíritu planeamos nuestro próximo objetivo: El Monasterio Strahov.
Como ya he dicho se encuentra en la Colina Petryn que pertenece a Malá Strana, el Barrio pequeño. Según nuestra guía la manera más directa de llegar era cogiendo el tranvía 22, que por si no lo he mencionado aún es uno de los mejores medios para moverse por Praga. Pero aquí surgía la primera dificultad, no teníamos ni la más remota idea de dónde cogerlo ni de dónde sacar los billetes. Llegados a este punto nos salvó una vez más la amabilidad de los checos. Un señor muy simpático que nos oyó hablar del tema y nos vio más despistadas que dos cabras en un garaje, empezó a darnos todo tipo de indicaciones sobre lo qué teníamos que hacer, dónde, cómo y cuándo. En inglés por supuesto. Y gracias a él nuestra pequeña odisea resultó un poco más llevadera. De modo que bastante más cansadas de lo que hubiéramos deseado logramos llegar al monasterio que es otra preciosidad que data del siglo XII  y cuyas vistas de la ciudad son espectaculares. Pero lo más interesante del monasterio es su biblioteca, que es una de las más bellas y completas del país.
Cuando concluimos la visita al monasterio decidimos volver al hotel (otra vez cogiendo el tranvía 22) para descansar hasta la hora del teatro.
Tras el merecido descanso salimos a cenar algo antes de ver el espectáculo. El día anterior habíamos preguntado el precio de las entradas y el horario de las representaciones así que esta vez sí que lo teníamos todo organizado.
El Teatro Negro, que se creó para la Exposición universal de 1958, es el género en que los actores, vestidos de negro para parecer invisibles, mueven objetos y actúan en un escenario oscuro acompañados de un estudiado juego de luces de color. Para ello se requiere que tengan habilidades acrobáticas. Es ideal para disfrutarlo con niños. El mejor espectáculo es el que se representa en Divadlo Ta Fantastika que está en una de las callecitas que llevan al Puente de Carlos IV (de hecho se llama Karlova)  y nosotras vimos la función llamada “Visiones de Alicia”. Como curiosidad tengo que añadir que en el horario que elegimos el 85% del público era español y además toda la información y publicidad que había tanto a la entrada como en el interior del teatro estaba en checo, inglés y español.
El espectáculo es muy original y bastante entretenido. Lo recomiendo fervientemente.
Aprovechando que estábamos justo al lado del Puente no quisimos dejar escapar la ocasión de verlo de noche. Tanto el puente como el resto de la ciudad se ven de manera muy diferente de noche. Pasa en todas las ciudades, la fisonomía cambia totalmente al caer la noche, viéndose una ciudad completamente distinta.
Con un agradable paseo nocturno de vuelta al hotel dimos por concluida otra maravillosa jornada en la que disfrutamos cada segundo. :)

Suzy