El segundo día queríamos visitar el Barrio Judío, ir al
Monasterio Strahov que está en la Colina Petrín y por la noche ir al Teatro Negro.
Vamos, que teníamos la agenda a tope.
Empezamos a callejear para llegar al Barrio Judío sin una
ruta muy definida y una vez más nos fuimos encontrando con maravillas
arquitectónicas al doblar cada esquina. Un buen ejemplo es la Casa Municipal ,
probablemente el más destacado de los edificios Art Nouveau de Praga, donde se
ve la huella del pintor y artista decorativo Alfons Mucha. Hoy es la sede de la Orquesta Sinfónica
de Praga. Merece la pena entrar y echar un vistazo aunque solo sea por encima.
Inmediatamente al lado de la Casa Municipal , se
encuentra la Torre
de la Pólvora
que es del siglo XV, de estilo gótico tardío y que constituía una de las entradas
al este de la ciudad. A partir del siglo XVII se utilizó para almacenar
pólvora, y es otro de los monumentos que está pidiendo a gritos que lo rehabiliten.
Josefov (Ciudad de José) es el nombre que recibe el Barrio
Judío en honor al emperador José II que mostró una mayor tolerancia con la
comunidad judía. A pesar de esto, los siglos de discriminación están patentes en
todo el barrio que nunca llegó a sanearse del todo. De hecho a finales del
siglo XIX la zona se consideró un riesgo para la salud y se demolió casi por
completo. Solo se salvaron el Ayuntamiento judío, seis sinagogas y el antiguo
cementerio. Durante la ocupación nazi llegaron a aniquilar al 90% de la
población y pretendieron abrir aquí un “museo de la raza judía extinta”,
afortunadamente tras la liberación se convirtió en la mayor colección de
objetos judíos sagrados de Europa.
Para visitar el cementerio que es lo que realmente merece la
pena hay que pagar y la entrada incluye además la visita a las seis sinagogas.
La única sinagoga que merece la pena ver es la llamada Sinagoga Española situada junto a la Estatua de Frank Kafka. En
realidad se construyó en 1868 y el nombre le viene por el estucado de estilo
morisco de su interior.
El antiguo cementerio es sin duda lo más impresionante de
todo el conjunto. La sensación de hacinamiento y claustrofobia que tantas veces
hemos visto en los documentales o películas sobre el Holocausto aquí se hace
realidad dejándote sin palabras. Ver todas esas tumbas amontonadas unas encima
de otras en ese espacio tan reducido y pensar que ese era el único sitio en que
se les permitía enterrar a sus muertos es escalofriante. Es imposible no
emocionarse, se me hizo un nudo en la garganta y aquí sí que se me saltaron las
lágrimas. Vale que una es un poco sensible, pero me consta que ese es el efecto
que le causa a casi todo el mundo.
Después de tantas emociones y viendo que se nos había hecho
la hora de comer consultamos nuestras guías (y cuando hablo de guías me refiero
a los libros sobre Praga) para ver si nos recomendaban algún sitio por la zona
y la verdad es que el barrio tiene donde elegir. Justo enfrente de la Sinagoga Española
hay un restaurante llamado Nostress que además es una galería fotográfica. Los
menús del mediodía son muy asequibles y también se recomiendan los bocadillos y
la famosa cerveza checa. Esa última fue nuestra elección y la verdad es que nos
supo a gloria.
Una vez saciadas de cuerpo y espíritu planeamos nuestro
próximo objetivo: El Monasterio Strahov.
Como ya he dicho se encuentra en la Colina Petryn que
pertenece a Malá Strana, el Barrio pequeño. Según nuestra guía la manera más
directa de llegar era cogiendo el tranvía 22, que por si no lo he mencionado
aún es uno de los mejores medios para moverse por Praga. Pero aquí surgía la
primera dificultad, no teníamos ni la más remota idea de dónde cogerlo ni de
dónde sacar los billetes. Llegados a este punto nos salvó una vez más la
amabilidad de los checos. Un señor muy simpático que nos oyó hablar del tema y
nos vio más despistadas que dos cabras en un garaje, empezó a darnos todo tipo
de indicaciones sobre lo qué teníamos que hacer, dónde, cómo y cuándo. En
inglés por supuesto. Y gracias a él nuestra pequeña odisea resultó un poco más
llevadera. De modo que bastante más cansadas de lo que hubiéramos deseado
logramos llegar al monasterio que es otra preciosidad que data del siglo XII y
cuyas vistas de la ciudad son espectaculares. Pero lo más interesante del
monasterio es su biblioteca, que es una de las más bellas y completas del país.
Cuando concluimos la visita al monasterio decidimos volver
al hotel (otra vez cogiendo el tranvía 22) para descansar hasta la hora del
teatro.
Tras el merecido descanso salimos a cenar algo antes de ver
el espectáculo. El día anterior habíamos preguntado el precio de las entradas y
el horario de las representaciones así que esta vez sí que lo teníamos todo
organizado.
El Teatro Negro, que se creó para la Exposición universal de
1958, es el género en que los actores, vestidos de negro para parecer
invisibles, mueven objetos y actúan en un escenario oscuro acompañados de un
estudiado juego de luces de color. Para ello se requiere que tengan habilidades
acrobáticas. Es ideal para disfrutarlo con niños. El mejor espectáculo es el
que se representa en Divadlo Ta Fantastika que está en una de las callecitas
que llevan al Puente de Carlos IV (de hecho se llama Karlova) y nosotras vimos la función llamada “Visiones
de Alicia”. Como curiosidad tengo que añadir que en el horario que elegimos el
85% del público era español y además toda la información y publicidad que había
tanto a la entrada como en el interior del teatro estaba en checo, inglés y
español.
El espectáculo es muy original y bastante entretenido. Lo
recomiendo fervientemente.
Aprovechando que estábamos justo al lado del Puente no
quisimos dejar escapar la ocasión de verlo de noche. Tanto el puente como el
resto de la ciudad se ven de manera muy diferente de noche. Pasa en todas las
ciudades, la fisonomía cambia totalmente al caer la noche, viéndose una ciudad
completamente distinta.
Con un agradable paseo nocturno de vuelta al hotel dimos por
concluida otra maravillosa jornada en la que disfrutamos cada segundo. :)
Suzy

No hay comentarios:
Publicar un comentario