sábado, 31 de agosto de 2019

NEW YORK CHRONICLES VII


Domingo 7 de julio de 2019

Nuestro último día en la Gran Manzana. Al ser domingo habíamos pensado en subir a Harlem a ver una misa góspel en cualquiera de las iglesias que dejan entrar a los turistas curiosos. Pero además de tener que hacer lo normal para dejar el hotel, había que estar a las 5 preparadas para que nos recogieran y nos llevaran al aeropuerto y Harlem se merecía, se merece de hecho, mucho más que ir a oír misa y volver. Lo suyo hubiera sido pasar el día explorándolo, además estábamos un poco hartas de metro y realmente nos apetecía pasar el día en Central Park al que le habíamos dedicado poco tiempo. Así que después de nuestro último desayuno en el Deli de la calle 48 dejamos las maletas en consigna en el hotel y pagamos la cuenta. 
Hablando de la cuenta, Nueva York tiene una tasa turística (tourist resort fee). Eso quiere decir que por estar en la ciudad alojado en un hotel tienes que pagar, aparte de lo que valga la habitación, unos 50 dólares por noche, o sea que una semana son unos 200 y pico dólares. Esto hay agencias de viaje que ya te lo meten en el precio total, o no. A nosotras nos lo advirtieron, menos mal, pero no al hacer la reserva, sino al ir a recoger las tarjetas de embarque y la verdad, te llevas un palo. 
En fin, una vez arregladas las cuentas, hacemos acopio de víveres porque la tarde-noche en el aeropuerto va a ser larga. Pero ahora vamos a aprovechar las horas que nos quedan en ese maravilloso oasis que es Central Park. El parque es tan grande que tiene hasta ¡¡un zoo!! claro, el zoo de ‘Madagascar’, la película de animación. Pues a buscarlo y mientras que lo vamos buscando nos vamos encontrando con infinidad de artistas callejeros. Siendo domingo por la mañana hay muchos más, al igual que mucha más gente en general, pero como es tan grande en ningún momento te agobias. Por supuesto, no vamos a entrar al zoo, vemos cómo es por fuera con su reloj y todo tal cual sale en la peli y con eso nos vale.
Seguimos paseando y al llegar a la fuente de Bethesda Terrace nos encontramos con un grupo de negros cantando a capela maravillosamente clásicos de la Motown y de nuevo nos quedamos a disfrutar del espectáculo. Pero es que nada más pasar los soportales que hay antes de llegar a la fuente nos tropezamos con otro grupo de negros montando un pedazo de espectáculo mitad parkour mitad número circense, a la vez que bailaban breakdance o cómo se llame ahora. Con unas piruetas alucinantes y con una frescura y un buen rollo que tenían a todo el público hipnotizado. Divertido no, divertidísimo, nos reímos muchísimo y estuvimos aguantando a pleno sol más de media hora y eso que a esa hora ya estaba cayendo fuego, pero es que no podíamos irnos, eran la caña. 
A pique de una insolación empezamos el regreso a casa no sin antes pasar por el Great Lawn, algo así como el gran césped, que tiene una extensión de 5 hectáreas y en verano además de servir de escenario para conciertos gratuitos de la New York Philarmonic y de la Metropolitan Opera House es el lugar preferido por los neoyorquinos para irse de picnic y tomar el sol. Es enorme y precioso. Con el calor que hacía desde luego donde mejor se estaba era en el parque. 
Pero el tiempo vuela y hay que volver para comer algo antes de que nos lleven al aeropuerto. Bajamos la 6ª Avenida y al llegar casi a la altura del hotel, bingo, otro pub irlandés en la 7ª del que no nos habíamos percatado. Rosie O’Grady’s, perfecto para tomarnos nuestra última hamburguesa. 
Y completamente agotaditas al hotel a esperar el transfer al aeropuerto. Nuestro avión no sale hasta las 22:00 pero hay que salir de Manhattan con su tráfico infernal y además hay que recoger a otros viajeros en un par de hoteles.
En fin, todo lo bueno se acaba, y este viaje ha sido muy bueno. Un sueño hecho realidad que ha superado con creces todas mis expectativas. Si me tengo que quedar con algo, me quedo con la gente. Los neoyorquinos son la gente más enrollada que he visto en mi vida y he viajado lo mío. Nueva York es la ciudad de las ciudades, con permiso de Roma, claro.
Un icono en sí misma, es preciosa, es tan bonita que la nombraron dos veces, New York, New York; aunque eso es en realidad por ser la capital del estado con el mismo nombre. Aunque también puede ser un sitio muy duro para vivir, sobre todo si no tienes dinero. En fin, es todo eso y más y si no habéis ido todavía ya tardáis ;)
Suzy





















NEW YORK CHRONICLES VI


Sábado 6 de julio de 2019

Penúltimo día que amanece mucho más caluroso y húmedo que los anteriores. Tenemos que decidir qué ver esa mañana pues por la tarde-noche íbamos a volver al Village para cenar en el Blue Note. Al pasar por la puerta del local el día anterior vimos que ese sábado tocaba un grupo de jazz en directo y eso era algo que nos hacía mucha ilusión a las dos. Sin embargo, no se nos ocurrió reservar mesa, confiábamos en la suerte del principiante que nos había estado acompañando hasta entonces. Si no había mesa en el Blue Note probaríamos en cualquiera de los muchos locales con música en directo de la zona. Nos daba lo mismo.
Pero eso sería a partir de las 8. Antes de eso queríamos ir al MOMA (Museo de Arte Moderno) pero nos llevamos una gran decepción cuando nos enteramos de que estaba cerrado por reformas hasta octubre.
Así que decidimos subir y explorar un poco más uno de los Upper Sides. Del Upper West Side sólo habíamos visto el Dakota y el Lincoln center. En esa zona es donde viven Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo. Y de hecho, ella se deshace en halagos en su libro cuando habla de Riverside Park.
Este parque es otro ejemplo de genialidad paisajística. Diseñado en 1873 se extiende junto al río Hudson a lo largo de 70 manzanas y dentro del mismo puedes encontrar campos deportivos, paseos y varios monumentos. Otra gozada. Para llegar al parque hay que pasar por Riverside Drive que tiene las casas características del siglo XIX, las más antiguas con tejados abuhardillados y las más modernas con fachadas curvadas de piedra blanca u oscura. Muy bonitas, el barrio es residencial y es muy agradable para pasear. No obstante, ese día el calor nos afecta más de lo que esperamos y después de descansar frente al Hudson optamos por volver al Soho para hacer algunas compras. Nos queda sólo un día y no tenemos souvenirs. La noche anterior cuando nos llevaron a la visita por los barrios nos dijeron dónde estaba la zona de compras, sobre todo las tiendas de ropa. Y para allá que nos vamos. Nos volvemos al metro y bajamos en Houston Str. Al principio vamos un poco a ciegas pero confiamos una vez más en los encantadores neoyorquinos y nos indican que podemos empezar por las calles Prince o Spring, hacia la 6ª Avenida. Hemos llegado a la “milla de oro” o su equivalente. Louis Vuitton, Ralph Lauren, Chanel…Desde luego si tenéis dinero aquí hay dónde gastarlo. Sin embargo, no vimos las súper gangas de las que habla la gente que ha ido a NY. Las tiendas muy chulas, por supuesto, los vendedores hipermegasimpáticos, pero todo carísimo. El trato al igual que en los restaurantes, es extraordinario. Vale que viven de las propinas, que es algo que yo llevaba muy mal, aunque al final te acostumbras, pero no deja de ser una pasada tener que dejar SIEMPRE el 18 o el 20% del total de todo lo que tomas.
En fin, a lo que iba, hicimos una batida y pudimos encontrar una tienda que estaba de rebajas y sí eran rebajas de verdad, y ahí cargamos. Seguimos bajando hasta Broadway y nos encontramos con Bloomingdale’s, los grandes almacenes en los que trabajaba Rachel, la de Friends y que también salen en muchas películas. Entramos a echar un vistazo por aquello de verlo por dentro y al salir nos compramos un par de perritos calientes en un puestecito y nos los comemos sentadas en un portal. Era otro de los rituales que aún no habíamos hecho. Aquí no hay que dejar propina, jaja. Son 2 dólares 50 cada uno y oye, están muy buenos.
Bajamos a Canal Street para coger el metro hacía nuestro hotel. Volvemos a estar en el mogollón de Chinatown. Mientras buscamos la boca del metro y por pura casualidad pasamos por Cortlandt Alley, uno de los últimos callejones que quedan en NY. Está entre Franklin y Canal Street y lo han utilizado en multitud de películas y series. Fue mi compañero Ricardo el que me lo enseñó en una foto y no pensé que pudiera verlo, ya digo, fue totalmente fortuito. Gracias Richard.
Pero nosotras tenemos que encontrar la boca del metro que nos suba a Midtown y le volvemos a preguntar a una señora que nos dice que no cojamos el metro porque ha habido un incendio. Al principio no doy crédito y dudo de haberla entendido bien, de modo que nos metemos en el metro. Cual será nuestra sorpresa cuando vemos que no se ve el andén del humo que hay. Nos faltan pies para salir huyendo. Puf ¡qué agobio! En cuanto estamos en la superficie cogemos un taxi que nos saca de allí. Esto de que el metro se inunde, se retrase, se pare o se incendie es algo con lo que los neoyorquinos conviven y se lo toman estoicamente parece ser, pobres.
De vuelta a “casa”, ducha y a ponernos divinas para ir a cenar al Blue Note.
El Blue Note está en el 131 de West 3rd St, entre MacDougal y la 6ª Avenida y es uno de los templos del jazz del Village. Tony Bennett, Natalie Cole y hasta el mismísimo Ray Charles han actuado en este local que además de actuaciones en directo es restaurante. Yo estaba convencida que nos iban a decir que no había nada que hacer por no haber reservado, pero no. Al ser sólo dos pensaron que nos podrían acoplar en algún huequecito y justo. Debía de ser el único hueco que quedaba libre en todo el local que, por supuesto, estaba hasta la bandera. Hay que tener en cuenta que era el primer sábado de julio y la gente tenía ganas de pasarlo bien. La banda que tocaba esa noche era Dirty Dozen Brass Band, siete musicazos que hicieron las delicias de todos los que tuvimos la suerte de verlos y hasta de bailar con ellos. Un repertorio que no dudaba en mezclar géneros como el jazz con el funk, el soul o el rhythm and blues. Un conciertazo de más de una hora mientras nos tomábamos una ensalada César y unos calamares a la romana. Nos colocaron en una mesa en la que ya había dos parejas de lugareños que estaban dispuestos a darlo todo, pues una de las chicas salió voluntaria al escenario en cuanto solicitaron el apoyo del público. Y vaya sí se lo curró, jeje, fue la que mejor supo estar a la altura de los músicos de todas las que subieron. Al final como no podía ser de otra manera, consiguieron que nos pusiéramos todos a bailar y a cantar con ellos. El ambiente era magnífico. Nos sentimos como si nos hubiéramos colado en una fiesta, como si aquello no fuera apto para turistas, solo para neoyorquinos. Realmente alucinante. Otro de los momentos estrella del viaje, y la mejor manera de terminar nuestra última noche en la ciudad, sin duda. 
Sólo me queda comentar que por entrar había que pagar 45 dólares, no está nada mal teniendo en cuenta que íbamos a ver un espectáculo en directo; más lo que consumiéramos, en este caso lo que nos cenamos, más el inevitable 18% del precio total. Nos salió la broma por 152 dólares, pero si tenemos en cuenta todo lo que iba incluido en ese precio, me parece que es lo que más barato nos salió de todo el viaje y por supuesto, de lo que más mereció la pena con diferencia.
Antes de volver al hotel quisimos ver el ambiente que había en la calle MacDougal un sábado por la noche. Entramos al Café Wha? para verlo por dentro y nos paran en la puerta para pedirnos los carnés y decirnos que son 15 dólares si queremos pasar. Le decimos al segurata que sólo vamos a verlo y después de ver las fotos de Dylan y Hendrix nos despedimos, ahora sí de Greenwich Village con mucha pena. 
Otro día maravilloso de principio a fin.
Suzy














NEW YORK CHRONICLES V


Viernes 5 de julio de 2019

Después de desayunar en nuestro Deli favorito pedimos información sobre los tours que se hacen por toda la ciudad en los autobuses turísticos. Nos decantamos por el Night Tour que por 30 dólares cada una, nos llevará por zonas de Manhattan que aún no hemos visto y menos de noche, e incluso llega hasta  Brooklyn. Todo esto después de regatearles y de “estudiar” las diferentes rutas que ofrecen las docenas de empresas que abordan a los turistas por todo Times SquareQuedamos en salir a las 9 para que nos pille realmente de noche y verlo en todo su esplendor. Con eso ya resuelto, nos vamos directas al metro para volver a bajar al Downtown, a esa zona que nos enamoró el día anterior, Greenwich Village.
Pero antes de eso tenemos que ver algo que no sabíamos que teníamos a tiro de piedra. La juguetería en la que Tom Hanks es descubierto por Robert Loggia, iniciando así su flamante carrera como ejecutivo de la industria juguetera. Estoy hablando por supuesto, de ‘Big’ y la juguetería es Fao Schwarz y está justo en el Rockefeller Center, vamos, que habíamos pasado por delante y no nos habíamos dado cuenta. Así que nos “reencontramos” con las niñas que llevamos dentro, nos quitamos los zapatos y nos subimos al piano gigante en el que Tom Hanks y Robert Loggia se marcaban un baile. Nosotras los emulamos con ayuda de un señor muy amable que se sabe la melodía de memoria y se pasa el día repitiéndola el pobre. La juguetería es una maravilla y realmente te rencuentras con el niño que llevas dentro y sales con una sonrisa de oreja a oreja.
De nuevo en el metro nos bajamos en Christopher Sheridan Str. y nos damos de bruces con la mítica Stonewall Inn, el bar en el que se produjo la redada policial contra los gays que protestaban contra el acoso de las fuerzas del orden y que fue el germen del movimiento LGTBI el 27 de junio de 1969. Hoy en día, sin embargo, es un bar muy tranquilo.
Justo al lado hay una pajarería con un cartel que dice que tienen cachorros. Mi hija no se puede resistir y tenemos que entrar. Es el paraíso de los amantes de los perros, pues si quieres puedes estar un rato con los cachorros. Sólo tienes que elegirlo y te ponen una especie de corralito y te dan una banqueta y hale, a jugar. Mi hija se “muere de amor” y quiere quedarse a trabajar ahí. Después de casi 20 minutos jugando con un cachorro de samoyedo por fin consigo sacarla de allí y nos ponemos a explorar el barrio. 
Tenemos dos objetivos que cumplir: encontrar el edificio de la serie ‘Friends’ y el apartamento de Al Pacino en ‘Serpico’. El edificio de Friends está en el 90 de Bedford Street, en la esquina con Grove Street. Seguimos un poco hacia el oeste y estamos en la famosa Bleecker Street, centro neurálgico de la generación Beat. En la esquina de Bleecker con MacDougal, en el nº 189, estuvo el San Remo Bar que fue el lugar de reunión de William Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouak entre otros. Así mismo James Fenimore Cooper (‘El Útimo Mohicano’) vivió en el 145 de la calle Bleecker en 1833, y en 1964 Simon y Garfunkel le dedicaron una canción a esta mítica calle. Volviendo a la calle MacDougal, si seguimos hasta la intersección entre Bleecker y West 3rd Strs llegamos al Café Wha?, el local favorito de Jimmy Hendrix y Bob Dylan. Vamos, que la concentración de artistas, escritores, músicos de jazz, poetas o cantantes por metro cuadrado es alucinante. Paraíso de bohemios con las calles arboladas y con un trazado que recuerda más a una villa rural. Definitivamente queremos vivir aquí, jeje.
Seguimos vagando por Bleecker y vemos una cola de gente ante la puerta de una pizzería, John’s Pizza. A priori no parece gran cosa pero al acercarnos al escaparate vemos que todo el que es alguien ha comido aquí. Como la cola no es muy exagerada y vamos teniendo hambre nos decidimos a esperar para entrar.
Una vez dentro comprobamos que efectivamente, el sitio no puede ser más auténtico. Típica pizzería inaugurada en 1929, con horno de leña que se vanagloria de mantener las recetas y la elaboración tradicionales. Las paredes de madera están literalmente forradas de fotos de todos los famosos que pasan o han pasado por el Village para comer expresamente aquí, desde Frank Sinatra a Bruce Springsteen.
Sólo hay dos tamaños de pizza, mediano y grande; el tamaño pequeño no existe en este país. No podemos imaginar que una pizza mediana va a ser de grande como una plaza de toros y cometemos el error de pedir una para cada una. Nuestra sorpresa es mayúscula cuando nos las traen. Son enormes, pero hay que comérselo todo aunque sea lo último que hagamos. Dios, ¡qué disfrute! 
La cuenta, sin embargo, nos saca de nuestra efímera felicidad. ¡¡Son 66 dólares!! Sólo hemos tomado las dos pizzas, ni bebidas siquiera, pues el agua te la ponen nada más entrar y es lo único gratis. Tela marinera. En fin, estás pagando el hecho de que se haya convertido en lugar de peregrinación para famosos. El precio del postureo básicamente.
Salimos de ahí y empezamos a andar para bajar toda esa ingesta de hidratos y de paso buscar el apartamento de ‘Serpico’ que está en el nº 7 de Minetta Street, un precioso callejón curvado que desemboca como no, en Bleecker.
Seguimos bajando Bleecker hasta Carmine Str. donde está la pizzería donde trabajaba como repartidor Peter Parker en ‘Spiderman 2’, Joe’s Pizza y de ahí cruzamos a Minetta Str.
El apartamento al que se muda Frank Serpico (Al Pacino), un recién licenciado policía al abandonar su Brooklyn natal en esta película de 1973, está como no podía ser de otro modo, en el corazón del barrio más bohemio y vibrante de la época. Después de comprobar que el apartamento está tal cual, seguimos por el callejón y como he dicho desembocamos en MacDougal con Bleecker otra vez, justo en la puerta del Café Wha?.
MacDougal Street es una monería. Llena de restaurantes y cafeterías, esta calle que desemboca en Washington Square, fue en su día el lugar en que se concentraban los establos de las casas más nobles de la famosa plaza. En el siglo XX esos establos se transformaron en estudios para artistas. Pero antes de eso, a la escritora Louisa May Alcott (‘Mujercitas’), le dio tiempo a vivir aquí una temporada, justo enfrente del Caffe Reggio, que también estaba entre mis objetivos por partida doble. Primero porque se puede ver claramente en ‘El Padrino II’ y segundo por la recomendación de Elvira Lindo como uno de los mejores sitios para merendar y probar su delicioso pastel de zanahoria.
Pero antes de merendar, ya que aún estábamos henchidas de satisfacción por las pizzas de John, teníamos que ver esa maravilla que es Washington Square Park. Un sitio ideal para leer, descansar, dar de comer a los gorriones, escuchar a los artistas callejeros (Bob Dylan empezó cantando junto a la fuente en sus inicios) o jugar al ajedrez. Es otro nivel. Una gozada de parque, con un recinto acotado para perros que tiene hasta una balsa y al que por supuesto, no se permite el acceso sin perro. El parque rodea la plaza en la que siguen estando las casas de escritores tan famosos como Edith Wharton (‘La edad de la inocencia’) que habitaba en el nº 7 o Henry James (‘Otra vuelta de tuerca’) que nació en el nº 2 de la misma.
Nos acomodamos en la zona de juegos de los más pequeños que estaba incluso más blandita que el resto del césped del parque y nos echamos una siesta gloriosa. ¡Qué paz, qué tranquilidad y qué buen rollo! Cuando nos despertamos nos pasamos por el Caffe Reggio, que está en la misma acera que el Café Wha?, y compruebo con satisfacción que es todo lo que me imaginaba y más.
Los dueños de este café se enorgullecen de ser los que importaron a Estados Unidos la primera máquina espresso, que es la que se puede ver en la secuencia de ‘El Padrino II’ en que Robert de Niro se encuentra con el cappo Don Fanucci. La máquina de bronce destaca entre la abarrotada decoración del interior del local de inspiración claramente renacentista.
Después de probar el pastel de zanahoria podemos dar fe de que está realmente bueno y de que merece la pena tanto por el pastel como por estar en el local.
De ahí volvemos al hotel para refrescarnos y prepararnos para la visita nocturna en autobús.
No obstante, la noche nos tenía preparada una sorpresa con la que no contábamos. Queríamos coger el bus a las 9, así que nos fuimos a las 8 y media o un poco antes pensando, infelices de nosotras, que con media hora de cola sería suficiente. No podíamos imaginar que la cola para coger los autobuses daría la vuelta a más de ¡¡tres manzanas!! Una pasada.
De modo que nos comimos dos horas largas de cola. Ahora ya podemos decir que sabemos lo que sienten los neoyorquinos que tienen que hacer cola para casi todo. ¡Vaya tela! Lo peor no era la espera, que obviamente es un rollo, lo peor es que me obsesioné con que no nos iba a dar tiempo o con que nos iban a dejar con las ganas, vamos, que estaba convencida de que nos habían timado. Mi hija Sofía no paraba de echarme la bronca y decirme que era una paranoica, pero es que me parecía imposible que la agencia que habíamos elegido tuviera semejante flota de autobuses. Pero sí la tenían y dos horas y pico después nos vimos por fin recompensadas sentadas en el piso de arriba del autobús descapotable. Y a partir de ese momento a disfrutar como enanas. Mereció muchísimo la espera. Si la ciudad es preciosa de día, de noche es dos veces más bonita. Muy muy recomendable.
Al volver a “casa” como el autobús nos dejó al lado de Times Square y a esas alturas procurábamos evitarlo a toda costa, dimos un pequeño rodeo y nos fuimos hasta la 6ª Avenida hacia el Rockefeller Center y para variar nos encontramos con dos artistas callejeros (esta vez eran blancos) que pusieron la guinda a un día totalmente perfecto.
Suzy