Después de tres años sin viajar, desde
2010 que visité Lisboa, el pasado 2 de julio aterricé en Praga. En esta ocasión
he cambiado a mi fiel compañero y marido por mi antigua compañera de colegio y
ahora de trabajo, Mª Luisa.
¡Qué vueltas que da la vida! Quién me
iba a decir a mí que me iría de viaje con alguien con quien compartí aula en
EGB y a quien no había vuelto a ver desde que hicimos 8º. Pero por obra y
gracia del destino nuestros caminos se
han vuelto a juntar y el grado de afinidad ha sido altísimo. Tanto es así que
no dudamos en embarcarnos en este viaje con el riesgo que supone viajar con
alguien que no sea de tu familia. Porque ya se sabe que a la hora de viajar
cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre y todo el mundo no se amolda
igual a según qué circunstancias.
Pero las dos teníamos el presentimiento
de que íbamos a ir del mismo palo y así ha sido. J
El destino elegido además ha
contribuido bastante al éxito del viaje. Y es que Praga es preciosa. Es una
ciudad de cuento, una ciudad donde se respira cultura por todas partes, una
ciudad donde la música tiene un protagonismo omnipresente y una ciudad amable
con los turistas (y mira qué hay turistas), yo aún diría más, muy amable.
El centro histórico se divide en cinco
zonas, de hecho Praga solía conocerse como las “cinco ciudades”. Nové Mésto
(Ciudad Nueva), Staré Mésto (Ciudad Vieja), Josefov (Barrio Judío) Malá Strana
(Barrio Pequeño) y Hradcány, el Castillo
de Praga. Si hay algún checo leyendo esto, jeje, verá que faltan símbolos en
algunas letras ya que el alfabeto checo es bastante más complicado que el
nuestro. Después de esta obviedad puedo seguir con su permiso (el de mis
lectores checos se entiende).
Nuestro hotel estaba en Nové Mésto, o
sea en la ciudad nueva, pero cuando dicen nueva se refieren a que Carlos IV la
erigió como un semicírculo que circundaba la vieja, allá por el siglo XIV.
Carlos IV y sus arquitectos ya la diseñaron con visión de futuro con avenidas
amplias y espacios abiertos.
La zona ha sufrido numerosas
transformaciones desde entonces pero se mantiene su trazado antiguo en cafés,
teatros y tiendas. Casi todos sus edificios y monumentos son del siglo XIX y
principios del XX. Lo más representativo
es por tanto los numerosos ejemplos de Art Nouveau.
Como es lógico nada más llegar al hotel
y ver que estábamos relativamente cerca del casco histórico (en ese momento no
sabíamos hasta qué punto) y viendo que la meteorología nos favorecía no dudamos
en tirarnos a la calle.
Empezamos a callejear con idea de llegar
al famoso puente de Carlos IV pero sin
preocuparnos por el cómo y el cuándo. Deleitándonos con cada fachada modernista
llegamos al corazón de Nové Mésto, la Plaza Wenceslao
(Václavské Náméstí), que va desde el Palacio Korina hasta la estatua ecuestre
de San Wenceslao y el Museo Nacional.
Mercado de caballos en la
Edad Media , hoy es el centro comercial de Praga con hoteles
de cinco estrellas, museos, tiendas y joyas arquitectónicas como el Hotel
Europa donde se puede tomar un café (o lo que se tercie) muy agradablemente y
sin que te claven como a una anchoa. No dudéis en hacerlo.
Después de recargar baterías en la Plaza y totalmente ahítas de
felicidad, jeje, seguimos en dirección a
Staré Mésto, la ciudad vieja. Con forme
nos íbamos acercando a la zona nuestro asombro iba en aumento, entre las
fachadas, a cual más bonita; las tiendas de juguetes de madera con marionetas
para todos los gustos; los puestos de los artistas callejeros; las tiendecitas
de souvenirs; los músicos tocando en cada esquina; nos tenían totalmente
extasiadas. Como estábamos tan ensimismadas con todo el ambiente en general no
nos dimos cuenta de que habíamos llegado a la Plaza del Ayuntamiento. De repente atravesamos un
pequeño arco y nos dimos de bruces con el reloj medieval que domina la torre
del Ayuntamiento. El reloj que data de 1490 es junto con el puente de Carlos IV
lo más característico de Praga.
Según la leyenda al maestro relojero
que lo hizo lo dejaron ciego para que no pudiera hacer ninguna réplica. La
esfera superior del reloj además de dar la hora conserva la concepción medieval
del paso del Sol y de la Luna
por las constelaciones del zodíaco, con Praga y la Tierra situadas en el
centro del universo.
La esfera inferior representa el
calendario con los signos del zodíaco y escenas de la vida en el campo que
simbolizan los doce meses del año.
Yo sabía que el reloj era muy famoso y
un auténtico reclamo para las hordas de turistas que pululan por la plaza pero
nunca me podía imaginar que me fuera a causar la impresión que me causó cuando
lo vi por primera vez. Casi me da el síndrome de Stendhal que, por cierto, ya
me dio cuando entré en la
Mezquita de Córdoba y no pude dejar de llorar.
Estaba ahí en medio de la Plaza y no sabía para dónde
mirar, porque daba igual para donde mirara todo me parecía precioso. Es
realmente espectacular ver todo el conjunto de edificios, el monumento a Jan
Hus; la Iglesia
de Nuestra Señora de Tyn; la
Iglesia de San Nicolás; la Casa del Minuto con sus símbolos alquímicos donde
se supone que vivió Kafka de niño; el propio Ayuntamiento o el Palacio
Golz-Kinsky. Todo ello a la vez y yo ahí
parada con la boca abierta. De verdad que es un auténtico espectáculo. Ni que
decir tiene que a Mª Luisa le causó el mismo efecto. Por supuesto empezamos a
hacer fotos como dos posesas y decidimos esperar hasta la hora en punto para
ver el reloj en todo lo suyo.
Llegados a este punto tengo que decir
que esto último nos decepcionó un poco porque estábamos tan alucinadas con toda
la plaza en general y con el reloj en particular que es una virguería, que
esperábamos que los autómatas y el resto de esculturas que lo forman hicieran
más cosas. Y el caso es que está muy chulo, pero no sé por qué nos esperábamos
más.
Ahora ya sabíamos que el Puente estaba
muy cerca, era cuestión de seguir flipando por la maraña de callejuelas que
forman la Ciudad Vieja
hasta encontrárnoslo.
Para cuando llegamos al Puente de
Carlos IV, que como ya he dicho es el otro reclamo de la ciudad, debían de ser
casi las ocho de la tarde y por supuesto estaba hasta los topes de turistas,
artistas callejeros, músicos y demás viandantes.
No obstante la luz del atardecer lo
cubría todo de una pátina dorada que hacía que los colores parecieran irreales.
(¡Qué poético me ha quedado!) Ver el Moldava y todos esos edificios con esos
colores era un espectáculo al que no estábamos dispuestas a renunciar a pesar
de que el cansancio empezaba a pasarnos factura. Sin darnos cuenta habíamos
estando deambulando casi cinco horas y además nos habíamos levantado a las 5 de
la mañana para coger el avión. Urgía cenar algo y retirarnos al hotel dando por
concluido un día absolutamente maravilloso y memorable.
El restaurante que elegimos totalmente
al azar no pudo ser mejor. Nada más acabar de cruzar el puente entramos de
lleno en Malá Strana (Ciudad Pequeña) que abarca desde el río hasta el
Castillo. Torciendo a la izquierda y
colocándonos justo debajo del
puente vimos un café-restaurante que tenía una pinta de lo más coqueta, con
terracita mirando al puente pero desde abajo. Dicho y hecho. El sitio se llama
Café Márnice y la comida es típica checa y a muy buen precio.
No podíamos imaginar una mejor manera
de acabar una jornada perfecta y repleta
de emociones. :)
Suzy











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