martes, 6 de agosto de 2013

PRAGA

Después de tres años sin viajar, desde 2010 que visité Lisboa, el pasado 2 de julio aterricé en Praga. En esta ocasión he cambiado a mi fiel compañero y marido por mi antigua compañera de colegio y ahora de trabajo, Mª Luisa.
¡Qué vueltas que da la vida! Quién me iba a decir a mí que me iría de viaje con alguien con quien compartí aula en EGB y a quien no había vuelto a ver desde que hicimos 8º. Pero por obra y gracia del destino  nuestros caminos se han vuelto a juntar y el grado de afinidad ha sido altísimo. Tanto es así que no dudamos en embarcarnos en este viaje con el riesgo que supone viajar con alguien que no sea de tu familia. Porque ya se sabe que a la hora de viajar cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre y todo el mundo no se amolda igual a según qué circunstancias.
Pero las dos teníamos el presentimiento de que íbamos a ir del mismo palo y así ha sido. J
El destino elegido además ha contribuido bastante al éxito del viaje. Y es que Praga es preciosa. Es una ciudad de cuento, una ciudad donde se respira cultura por todas partes, una ciudad donde la música tiene un protagonismo omnipresente y una ciudad amable con los turistas (y mira qué hay turistas), yo aún diría más, muy amable.
El centro histórico se divide en cinco zonas, de hecho Praga solía conocerse como las “cinco ciudades”. Nové Mésto (Ciudad Nueva), Staré Mésto (Ciudad Vieja), Josefov (Barrio Judío) Malá Strana (Barrio Pequeño) y  Hradcány, el Castillo de Praga. Si hay algún checo leyendo esto, jeje, verá que faltan símbolos en algunas letras ya que el alfabeto checo es bastante más complicado que el nuestro. Después de esta obviedad puedo seguir con su permiso (el de mis lectores checos se entiende).
Nuestro hotel estaba en Nové Mésto, o sea en la ciudad nueva, pero cuando dicen nueva se refieren a que Carlos IV la erigió como un semicírculo que circundaba la vieja, allá por el siglo XIV. Carlos IV y sus arquitectos ya la diseñaron con visión de futuro con avenidas amplias y espacios abiertos.
La zona ha sufrido numerosas transformaciones desde entonces pero se mantiene su trazado antiguo en cafés, teatros y tiendas. Casi todos sus edificios y monumentos son del siglo XIX y principios del XX.  Lo más representativo es por tanto los numerosos ejemplos de Art Nouveau.
Como es lógico nada más llegar al hotel y ver que estábamos relativamente cerca del casco histórico (en ese momento no sabíamos hasta qué punto) y viendo que la meteorología nos favorecía no dudamos en tirarnos a la calle.
Empezamos a callejear con idea de llegar al famoso puente de Carlos IV pero  sin preocuparnos por el cómo y el cuándo. Deleitándonos con cada fachada modernista llegamos al corazón de Nové Mésto, la Plaza Wenceslao (Václavské Náméstí), que va desde el Palacio Korina hasta la estatua ecuestre de San Wenceslao y el Museo Nacional.  Mercado de caballos en la Edad Media, hoy es el centro comercial de Praga con hoteles de cinco estrellas, museos, tiendas y joyas arquitectónicas como el Hotel Europa donde se puede tomar un café (o lo que se tercie) muy agradablemente y sin que te claven como a una anchoa. No dudéis en hacerlo.
Después de recargar baterías en la Plaza y totalmente ahítas de felicidad, jeje,  seguimos en dirección a Staré Mésto, la ciudad vieja.  Con forme nos íbamos acercando a la zona nuestro asombro iba en aumento, entre las fachadas, a cual más bonita; las tiendas de juguetes de madera con marionetas para todos los gustos; los puestos de los artistas callejeros; las tiendecitas de souvenirs; los músicos tocando en cada esquina; nos tenían totalmente extasiadas. Como estábamos tan ensimismadas con todo el ambiente en general no nos dimos cuenta de que habíamos llegado a la Plaza del Ayuntamiento. De repente atravesamos un pequeño arco y nos dimos de bruces con el reloj medieval que domina la torre del Ayuntamiento. El reloj que data de 1490 es junto con el puente de Carlos IV lo más característico de Praga.
Según la leyenda al maestro relojero que lo hizo lo dejaron ciego para que no pudiera hacer ninguna réplica. La esfera superior del reloj además de dar la hora conserva la concepción medieval del paso del Sol y de la Luna por las constelaciones del zodíaco, con Praga y la Tierra situadas en el centro del universo.
La esfera inferior representa el calendario con los signos del zodíaco y escenas de la vida en el campo que simbolizan los doce meses del año. 
Yo sabía que el reloj era muy famoso y un auténtico reclamo para las hordas de turistas que pululan por la plaza pero nunca me podía imaginar que me fuera a causar la impresión que me causó cuando lo vi por primera vez. Casi me da el síndrome de Stendhal que, por cierto, ya me dio cuando entré en la Mezquita de Córdoba y no pude dejar de llorar.
Estaba ahí en medio de la Plaza y no sabía para dónde mirar, porque daba igual para donde mirara todo me parecía precioso. Es realmente espectacular ver todo el conjunto de edificios, el monumento a Jan Hus; la Iglesia de Nuestra Señora de Tyn; la Iglesia de San Nicolás; la Casa del Minuto con sus símbolos alquímicos donde se supone que vivió Kafka de niño; el propio Ayuntamiento o el Palacio Golz-Kinsky.  Todo ello a la vez y yo ahí parada con la boca abierta. De verdad que es un auténtico espectáculo. Ni que decir tiene que a Mª Luisa le causó el mismo efecto. Por supuesto empezamos a hacer fotos como dos posesas y decidimos esperar hasta la hora en punto para ver el reloj en todo lo suyo.
Llegados a este punto tengo que decir que esto último nos decepcionó un poco porque estábamos tan alucinadas con toda la plaza en general y con el reloj en particular que es una virguería, que esperábamos que los autómatas y el resto de esculturas que lo forman hicieran más cosas. Y el caso es que está muy chulo, pero no sé por qué nos esperábamos más.
Ahora ya sabíamos que el Puente estaba muy cerca, era cuestión de seguir flipando por la maraña de callejuelas que forman la Ciudad Vieja hasta encontrárnoslo. 
Para cuando llegamos al Puente de Carlos IV, que como ya he dicho es el otro reclamo de la ciudad, debían de ser casi las ocho de la tarde y por supuesto estaba hasta los topes de turistas, artistas callejeros, músicos y demás viandantes.
No obstante la luz del atardecer lo cubría todo de una pátina dorada que hacía que los colores parecieran irreales. (¡Qué poético me ha quedado!) Ver el Moldava y todos esos edificios con esos colores era un espectáculo al que no estábamos dispuestas a renunciar a pesar de que el cansancio empezaba a pasarnos factura. Sin darnos cuenta habíamos estando deambulando casi cinco horas y además nos habíamos levantado a las 5 de la mañana para coger el avión. Urgía cenar algo y retirarnos al hotel dando por concluido un día absolutamente maravilloso y memorable.
El restaurante que elegimos totalmente al azar no pudo ser mejor. Nada más acabar de cruzar el puente entramos de lleno en Malá Strana (Ciudad Pequeña) que abarca desde el río hasta el Castillo. Torciendo a la izquierda y  colocándonos justo  debajo del puente vimos un café-restaurante que tenía una pinta de lo más coqueta, con terracita mirando al puente pero desde abajo. Dicho y hecho. El sitio se llama Café Márnice y la comida es típica checa y a muy buen precio.
No podíamos imaginar una mejor manera de acabar  una jornada perfecta y repleta de emociones. :)

Suzy



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