Jueves
4 de julio de 2019.
Independence
Day
Tenemos
las entradas para visitar el emblemático e ineludible Empire
State Building.
Así que bajamos la 5ª nada más desayunar en un Deli que tenemos al
lado del hotel. Los Delis (abreviatura de delicatesen) son una
especie de restaurantes self service, que tienen unos precios más o
menos asequibles y que no están mal. Hay delis por todo Nueva York,
casi todos regentados por hispanos o chinos.
El
Empire State, es sin duda el edificio más famoso de la ciudad y eso
que hay otros, mucho más bonitos. Pero este se ha convertido en un
icono, en parte gracias o a causa del cine.
Se
diseñó en los años 20, en pleno art
decó y
desde que se abrió en 1931 se ha convertido en visita obligada de
todo el que llega a esta ciudad. Es bien cierto que impresiona nada
más entrar al vestíbulo, con su mural en relieve de 11 metros en
acero y oro. Las vistas desde el mirador en el piso 86 a 320 metros
de altura son una vez más sobrecogedoras. Además, al estar más al
sur que el Rockefeller te da una perspectiva diferente de la ciudad.
Lo que más mola es ver los coches y las azoteas. Es alucinante. Las
colas son un rollo, pero yo había reservado entradas “express” y
pasas directamente a la alfombra roja, en serio, y estás arriba en
cuestión de segundos, merece la pena pagar un poco más.
Aunque,
sin duda, nuestros edificios favoritos son el Chrysler
y el Flatiron
Building,
especialmente este último que está también en la 5ª, en la
esquina con Broadway, un poco más abajo del Empire. Es un edificio
muy curioso de forma triangular de 21 pisos que se finalizó en 1902.
Tiene esa forma tan peculiar por el solar en donde se levantó y en
su momento se hacían apuestas sobre cuánto tiempo tardaría en
derrumbarse. Su éxito está en que se apoyó en una estructura de
acero en lugar de piedras, convirtiéndose en un precursor de los
rascacielos posteriores.
Los
fans de la saga de acción ‘John Wick’ lo reconocerán en
seguida, pues es el Hotel Continental donde se alojan todos los
asesinos a sueldo.
En
frente justo del Flatiron hay un parquecito muy mono, Madison Square
Park, donde está el Shake
Shack,
que según Elvira Lindo tiene una de las mejores hamburguesas de NY. No obstante, nosotras sólo lo usamos para refugiarnos del sol justiciero que caía
en vertical a esa hora y de paso hacerle más fotos al edificio.
Esa
mañana habíamos pensado bajar hasta el Downtown para visitar Little
Italy, en Greenwich Village. Preguntamos una vez más a los
amabilísimos neoyorquinos dónde deberíamos bajar y de nuevo
estamos en el metro para llegar hasta Canal Street. Nada más salir
del metro nos encontramos en otra ciudad completamente diferente.
Calles abarrotadas de puestos callejeros, graffitis, tráfico
infernal, bullicio. Está claro que estamos en Chinatown.
En el siglo
XIX estos dos barrios (Chinatown y Little Italy) colonizados por
inmigrantes estaban entre los más pintorescos de la ciudad. Durante
el siglo XX la comunidad italiana se fue desplazando a otros barrios
y los chinos se fueron apropiando del barrio. Lo único que queda hoy
en día de Little Italy es el tramo de Mulberry Street que hay entre
las calles Broome y Canal.
No
es mucho la verdad, pero te haces una idea de lo que pudo ser en su
día. Por supuesto, está lleno de restaurantes, heladerías,
cafeterías o tiendas especializadas en pasta y sus utensilios.
Como
no podía faltar comimos en uno de los muchos restaurantes,
concretamente en Da
Gennaro,
(en honor al patrón de Nápoles al que sacan en procesión por
Mulberry cada septiembre y que salía en El Padrino II). Muy
auténtico.
Siendo
el 4 de julio, el día de la Independencia, sabíamos que por la
noche eran los famosos fuegos artificiales, de modo que aprovechamos
para preguntar a los camareros cuál sería el mejor sitio para
verlos. Nos dijeron que lo suyo era verlos desde Brooklyn y nos
dieron todas las directrices, transbordo de trenes (metro) etc para
ir y volver.
Con
toda esa información apuntada seguimos subiendo Mulberry Street, nos
tomamos un delicioso gelato
y al llegar a Broome Street torcimos hacia el oeste hasta Broadway
para entrar en el Soho (acrónimo de South Houston).
De
repente estamos en otro Nueva York. Lejos del bullicio, calles
tranquilas, edificios de poca altura de hierro fundido, galerías de
arte, ambiente bohemio. Muy cool,
esa es la palabra, muy guay. Mola mucho más que el jaleo al que
estamos acostumbradas en Midtown. Lo recorremos y vamos bajando hacia
el sur otra vez, porque queremos llegar a Tribeca (acrónimo de
Triangle Bellow Canal Street) el antiguo barrio industrial, cuyos
almacenes se han reconvertido en estudios de diseño y galerías de
arte.
Este barrio ha resurgido gracias a uno de sus más ilustres
residentes, Robert de Niro, fundador del Tribeca Film Center y
posteriormente del festival de cine independiente, Tribeca Film
Festival. Nuestro interés en este apacible y bohemio barrio se debe,
además del placer de pasear por sus calles, a que vamos buscando la
estación de bomberos de ‘Los Cazafantasmas’, que está en pleno
corazón del mismo, para ser exactos en el 14 de North Moore Street.
Y como preguntando se llega a Roma volvimos a preguntar, esta vez a
dos chicos, un neoyorquino y un canadiense, que no sólo nos sacaron
sus móviles y nos indicaron la ruta más directa, sino que nos
acompañaron hasta la misma puerta. ¿Se puede pedir más? Dios, pero
cómo molan los habitantes de esa ciudad, si es que son lo mejor, son
encantadores.
Y
así pudimos comprobar que en el 14 de North Moore sigue habiendo una
estación de bomberos, que para variar también eran majísimos, y
que para que los frikis como yo no se pierdan, tiene una pintada del
logo de la peli.
Aprovechando
que los bomberos eran tan serviciales les preguntamos cómo llegar a
una de las estaciones que nos habían indicado en el restaurante
italiano. Por aquel entonces éramos totalmente ignorantes de lo que
suponía el castillo de fuegos artificiales del 4 de julio. No
podíamos imaginar el despliegue de medios que requiere una cosa tan
mediática en una ciudad como Nueva York.
¿Cómo lo íbamos a saber?
No teníamos muy claro lo de ir a Brooklyn pero pensábamos que
podríamos acercarnos al río (East River), ¡qué ilusas!
En
fin, como la ignorancia es muy atrevida, ahí que nos metemos en el
metro otra vez. Teníamos que transbordar en Chambers Street, pero a
partir de ahí había un vacío que no sabíamos cómo llenar. Otra
cosa que ignorábamos entonces era que el metro se cerraba de 7 a 11
de la noche. Así que más despistadas que Paco Martínez Soria nos
quedamos en el andén y nos dispusimos a estudiar el plano del metro
a ver si nos aclarábamos. En esto que me doy cuenta de que hay unas
americanas estudiándolo también. Una abuela joven con su hija y sus
dos nietas. Están bastante despistadas pero no en el grado en el que
estamos mi hija y yo. Obviamente no son de Nueva York, son de
Virginia y han venido a casa de un familiar para ver los fuegos.
Ellas son las que nos dicen lo de que hay que salir del metro porque
lo van a cerrar y que están intentando llegar al río. Pues ni corta ni perezosa les digo si les importa que las sigamos y empezamos
la peregrinación. En seguida notamos que hay más gente de lo normal
saliendo del metro y yendo en fila india, realmente no habría hecho
falta que las siguiéramos, con seguir a Vicente…
Desde
ese momento nos limitamos a obedecer pacientemente, pues nada más pasar unas
cuantas calles , vemos que la policía es la que está dirigiendo a
la gente y ya no podemos hacer otra cosa que seguir hacia delante.
Las calles están acordonadas y están desviando el tráfico. Por fin
nos damos cuenta de que nos están dirigiendo hacia el puente de
Brooklyn, lo cual mola porque era una de las cosas que más ilusión
nos hacía. No obstante, la policía no nos deja que nos recreemos en
el paisaje precisamente. Seguimos avanzando obedientemente y
empezamos a ser conscientes de la magnitud del evento.
A todo esto
aún no eran ni las 7 de la tarde, pero cualquiera se quejaba de
algo. Después de un rato largo andando, llegamos a donde íbamos.
Esto lo sabemos básicamente porque llega un punto en que no podemos
avanzar más, ya que la gente está en el suelo sentada o
directamente tumbada para esperar que den comienzo los fuegos.
Insisto en que aún faltan unas dos horas largas. Pero allá donde
fueres…de modo que nos sentamos en el suelo a esperar.
Resulta
que estamos en South Street Seaport, antiguo centro marítimo de la
ciudad y tenemos primera línea para ver los fuegos. Justo delante de
nosotras podemos ver un precioso velero de tres palos del siglo XIX
y por supuesto, las barcazas de Macy’s que van cargadas de material
pirotécnico. Los grandes almacenes Macy’s, los más grandes de la
ciudad, son los encargados de organizar el castillo de fuegos
artificiales gastando más de un millón de dólares cada año. Desde
donde estamos cuento unas seis barcazas de Macy’s además de muchas
embarcaciones de recreo. Y ahora solo queda esperar. Y la verdad es
que estar ahí viendo a familias enteras esperar pacientemente
mientras juegan a las cartas o a otros juegos de manos, cenan,
charlan, hacen fotos o simplemente se echan a dormir, es genial. Hay
gente de todos los colores y nacionalidades, y casi todos van
engalanados con los colores de la bandera, todos a una en esa América
plural que la hace tan rica y que el imbécil de Trump se quiere
cargar. Una gozada de la que somos testigos sin que nos lo podamos
creer. Será la suerte del principiante, porque no nos podía haber
salido mejor, alucinante.
En
cuanto se puso el sol y después de llevar más de media hora viendo
a los helicópteros sobrevolar la zona, oímos un clamor y nos
levantamos de nuestros improvisados asientos, está claro que el
espectáculo va a comenzar. ¡Y qué espectáculo! Sin ser americana se
me puso la piel de gallina. Qué despliegue, qué impresionante.
Difícilmente olvidaremos algo así.
Después
de casi tres cuartos de hora de espectáculo de luz, color y sobre
todo sonido ensordecedor, suena el último cañonazo y se dan por
concluidos.
Ahora
hay que salir de aquí, jaja, eso se dice pronto. Lo mismo que a la
ida nos dejamos llevar por la masa, ahora hay que hacer lo mismo a la
contra, sólo que el número de personas que hay que desalojar es
infinitamente superior a cuando llegamos nosotras. Así que ahora
todo es mucho más lento y complicado y la poli está nerviosa ya.
Nos dirigen como al ganado y a ver quién es el guapo que se
despista. Para entonces yo pensaba que cuando volviéramos a una zona
en la que viéramos que ya había tráfico normal podríamos coger un
taxi aunque nos saliera por un ojo, teniendo en cuenta lo lejos que
estábamos. Pero con todo y con eso no tenía claro cómo íbamos a
salir de allí. No obstante, seguíamos avanzando lentamente
empezando a acusar el palizón de día que nos habíamos pegado sin
darnos cuenta casi.
Finalmente
llegamos a una zona en la que empezamos a reconocer algunos
edificios, sobre todo el perfil inconfundible del One
World
Trade
Center y
en un momento vimos que teníamos la vuelta resuelta. Recordamos que
al lado del Memorial del 11S estaba la súper estación de metro que
nos podía dejar en la esquina del hotel. Así que sacando fuerzas de
donde no teníamos conseguimos llegar y para entonces ya habían
abierto el metro. ¡Albricias! Qué alegría cuando vimos esa enorme
estación con la bandera más gigantesca que veré en mi vida. No me
habría alegrado más de llegar a mi propia casa. Toda una
experiencia que no podremos olvidar mientras vivamos.
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