Sábado
6 de julio de 2019
Penúltimo
día que amanece mucho más caluroso y húmedo que los anteriores.
Tenemos que decidir qué ver esa mañana pues por la tarde-noche
íbamos a volver al Village para cenar en el Blue
Note.
Al pasar por la puerta del local el día anterior vimos que ese
sábado tocaba un grupo de jazz en directo y eso era algo que nos
hacía mucha ilusión a las dos. Sin embargo, no se nos ocurrió
reservar mesa, confiábamos en la suerte del principiante que nos
había estado acompañando hasta entonces. Si no había mesa en el
Blue
Note
probaríamos en cualquiera de los muchos locales con música en
directo de la zona. Nos daba lo mismo.
Pero
eso sería a partir de las 8. Antes de eso queríamos ir al MOMA
(Museo de Arte Moderno) pero nos llevamos una gran decepción cuando
nos enteramos de que estaba cerrado por reformas hasta octubre.
Así
que decidimos subir y explorar un poco más uno de los Upper Sides.
Del Upper West Side sólo habíamos visto el Dakota
y el Lincoln
center.
En esa zona es donde viven Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo. Y de
hecho, ella se deshace en halagos en su libro cuando habla de
Riverside Park.
Este
parque es otro ejemplo de genialidad paisajística. Diseñado en 1873
se extiende junto al río Hudson a lo largo de 70 manzanas y dentro
del mismo puedes encontrar campos deportivos, paseos y varios
monumentos. Otra gozada. Para llegar al parque hay que pasar por
Riverside Drive que tiene las casas características del siglo XIX,
las más antiguas con tejados abuhardillados y las más modernas con
fachadas curvadas de piedra blanca u oscura. Muy bonitas, el barrio
es residencial y es muy agradable para pasear. No obstante, ese día
el calor nos afecta más de lo que esperamos y después de descansar
frente al Hudson optamos por volver al Soho para hacer algunas
compras. Nos queda sólo un día y no tenemos souvenirs. La noche
anterior cuando nos llevaron a la visita por los barrios nos dijeron
dónde estaba la zona de compras, sobre todo las tiendas de ropa. Y
para allá que nos vamos. Nos volvemos al metro y bajamos en Houston
Str. Al principio vamos un poco a ciegas pero confiamos una vez más
en los encantadores neoyorquinos y nos indican que podemos empezar
por las calles Prince o Spring, hacia la 6ª Avenida. Hemos llegado a
la “milla de oro” o su equivalente. Louis Vuitton, Ralph Lauren,
Chanel…Desde luego si tenéis dinero aquí hay dónde gastarlo. Sin
embargo, no vimos las súper gangas de las que habla la gente que ha
ido a NY. Las tiendas muy chulas, por supuesto, los vendedores
hipermegasimpáticos, pero todo carísimo. El trato al igual que en
los restaurantes, es extraordinario. Vale que viven de las propinas,
que es algo que yo llevaba muy mal, aunque al final te acostumbras,
pero no deja de ser una pasada tener que dejar SIEMPRE el 18 o el 20%
del total de todo lo que tomas.
En
fin, a lo que iba, hicimos una batida y pudimos encontrar una tienda
que estaba de rebajas y sí eran rebajas de verdad, y ahí cargamos.
Seguimos bajando hasta Broadway y nos encontramos con Bloomingdale’s,
los grandes almacenes en los que trabajaba Rachel, la de Friends y
que también salen en muchas películas. Entramos a echar un vistazo
por aquello de verlo por dentro y al salir nos compramos un par de
perritos calientes en un puestecito y nos los comemos sentadas en un
portal. Era otro de los rituales que aún no habíamos hecho. Aquí
no hay que dejar propina, jaja. Son 2 dólares 50 cada uno y oye,
están muy buenos.
Bajamos
a Canal Street para coger el metro hacía nuestro hotel. Volvemos a
estar en el mogollón de Chinatown. Mientras buscamos la boca del
metro y por pura casualidad pasamos por Cortlandt Alley, uno de los
últimos callejones que quedan en NY. Está entre Franklin y Canal
Street y lo han utilizado en multitud de películas y series. Fue mi
compañero Ricardo el que me lo enseñó en una foto y no pensé que
pudiera verlo, ya digo, fue totalmente fortuito. Gracias Richard.
Pero
nosotras tenemos que encontrar la boca del metro que nos suba a
Midtown y le volvemos a preguntar a una señora que nos dice que no
cojamos el metro porque ha habido un incendio. Al principio no doy
crédito y dudo de haberla entendido bien, de modo que nos metemos en
el metro. Cual será nuestra sorpresa cuando vemos que no se ve el
andén del humo que hay. Nos faltan pies para salir huyendo. Puf
¡qué agobio! En cuanto estamos en la superficie cogemos un taxi que
nos saca de allí. Esto de que el metro se inunde, se retrase, se
pare o se incendie es algo con lo que los neoyorquinos conviven y se
lo toman estoicamente parece ser, pobres.
De
vuelta a “casa”, ducha y a ponernos divinas para ir a cenar al
Blue
Note.
El
Blue
Note
está en el 131 de West 3rd St, entre MacDougal y la 6ª Avenida y es
uno de los templos del jazz del Village. Tony Bennett, Natalie Cole y
hasta el mismísimo Ray Charles han actuado en este local que además
de actuaciones en directo es restaurante. Yo estaba convencida que
nos iban a decir que no había nada que hacer por no haber reservado,
pero no. Al ser sólo dos pensaron que nos podrían acoplar en algún
huequecito y justo. Debía de ser el único hueco que quedaba libre
en todo el local que, por supuesto, estaba hasta la bandera. Hay que
tener en cuenta que era el primer sábado de julio y la gente tenía
ganas de pasarlo bien. La banda que tocaba esa noche era Dirty
Dozen Brass Band,
siete musicazos que hicieron las delicias de todos los que tuvimos la
suerte de verlos y hasta de bailar con ellos. Un repertorio que no
dudaba en mezclar géneros como el jazz con el funk, el soul o el
rhythm and blues. Un conciertazo de más de una hora mientras nos
tomábamos una ensalada César y unos calamares a la romana. Nos
colocaron en una mesa en la que ya había dos parejas de lugareños
que estaban dispuestos a darlo todo, pues una de las chicas salió
voluntaria al escenario en cuanto solicitaron el apoyo del público.
Y vaya sí se lo curró, jeje, fue la que mejor supo estar a la
altura de los músicos de todas las que subieron. Al final como no
podía ser de otra manera, consiguieron que nos pusiéramos todos a
bailar y a cantar con ellos. El ambiente era magnífico. Nos sentimos
como si nos hubiéramos colado en una fiesta, como si aquello no
fuera apto para turistas, solo para neoyorquinos. Realmente
alucinante. Otro de los momentos estrella del viaje, y la mejor
manera de terminar nuestra última noche en la ciudad, sin duda.
Sólo
me queda comentar que por entrar había que pagar 45 dólares, no
está nada mal teniendo en cuenta que íbamos a ver un espectáculo
en directo; más lo que consumiéramos, en este caso lo que nos
cenamos, más el inevitable 18% del precio total. Nos salió la broma
por 152 dólares, pero si tenemos en cuenta todo lo que iba incluido
en ese precio, me parece que es lo que más barato nos salió de todo
el viaje y por supuesto, de lo que más mereció la pena con
diferencia.
Antes
de volver al hotel quisimos ver el ambiente que había en la calle
MacDougal un sábado por la noche. Entramos al Café Wha? para verlo
por dentro y nos paran en la puerta para pedirnos los carnés y
decirnos que son 15 dólares si queremos pasar. Le decimos al
segurata que sólo vamos a verlo y después de ver las fotos de Dylan
y Hendrix nos despedimos, ahora sí de Greenwich Village con mucha
pena.
Otro día maravilloso de principio a fin.
Suzy
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