sábado, 31 de agosto de 2019

NEW YORK CHRONICLES VI


Sábado 6 de julio de 2019

Penúltimo día que amanece mucho más caluroso y húmedo que los anteriores. Tenemos que decidir qué ver esa mañana pues por la tarde-noche íbamos a volver al Village para cenar en el Blue Note. Al pasar por la puerta del local el día anterior vimos que ese sábado tocaba un grupo de jazz en directo y eso era algo que nos hacía mucha ilusión a las dos. Sin embargo, no se nos ocurrió reservar mesa, confiábamos en la suerte del principiante que nos había estado acompañando hasta entonces. Si no había mesa en el Blue Note probaríamos en cualquiera de los muchos locales con música en directo de la zona. Nos daba lo mismo.
Pero eso sería a partir de las 8. Antes de eso queríamos ir al MOMA (Museo de Arte Moderno) pero nos llevamos una gran decepción cuando nos enteramos de que estaba cerrado por reformas hasta octubre.
Así que decidimos subir y explorar un poco más uno de los Upper Sides. Del Upper West Side sólo habíamos visto el Dakota y el Lincoln center. En esa zona es donde viven Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo. Y de hecho, ella se deshace en halagos en su libro cuando habla de Riverside Park.
Este parque es otro ejemplo de genialidad paisajística. Diseñado en 1873 se extiende junto al río Hudson a lo largo de 70 manzanas y dentro del mismo puedes encontrar campos deportivos, paseos y varios monumentos. Otra gozada. Para llegar al parque hay que pasar por Riverside Drive que tiene las casas características del siglo XIX, las más antiguas con tejados abuhardillados y las más modernas con fachadas curvadas de piedra blanca u oscura. Muy bonitas, el barrio es residencial y es muy agradable para pasear. No obstante, ese día el calor nos afecta más de lo que esperamos y después de descansar frente al Hudson optamos por volver al Soho para hacer algunas compras. Nos queda sólo un día y no tenemos souvenirs. La noche anterior cuando nos llevaron a la visita por los barrios nos dijeron dónde estaba la zona de compras, sobre todo las tiendas de ropa. Y para allá que nos vamos. Nos volvemos al metro y bajamos en Houston Str. Al principio vamos un poco a ciegas pero confiamos una vez más en los encantadores neoyorquinos y nos indican que podemos empezar por las calles Prince o Spring, hacia la 6ª Avenida. Hemos llegado a la “milla de oro” o su equivalente. Louis Vuitton, Ralph Lauren, Chanel…Desde luego si tenéis dinero aquí hay dónde gastarlo. Sin embargo, no vimos las súper gangas de las que habla la gente que ha ido a NY. Las tiendas muy chulas, por supuesto, los vendedores hipermegasimpáticos, pero todo carísimo. El trato al igual que en los restaurantes, es extraordinario. Vale que viven de las propinas, que es algo que yo llevaba muy mal, aunque al final te acostumbras, pero no deja de ser una pasada tener que dejar SIEMPRE el 18 o el 20% del total de todo lo que tomas.
En fin, a lo que iba, hicimos una batida y pudimos encontrar una tienda que estaba de rebajas y sí eran rebajas de verdad, y ahí cargamos. Seguimos bajando hasta Broadway y nos encontramos con Bloomingdale’s, los grandes almacenes en los que trabajaba Rachel, la de Friends y que también salen en muchas películas. Entramos a echar un vistazo por aquello de verlo por dentro y al salir nos compramos un par de perritos calientes en un puestecito y nos los comemos sentadas en un portal. Era otro de los rituales que aún no habíamos hecho. Aquí no hay que dejar propina, jaja. Son 2 dólares 50 cada uno y oye, están muy buenos.
Bajamos a Canal Street para coger el metro hacía nuestro hotel. Volvemos a estar en el mogollón de Chinatown. Mientras buscamos la boca del metro y por pura casualidad pasamos por Cortlandt Alley, uno de los últimos callejones que quedan en NY. Está entre Franklin y Canal Street y lo han utilizado en multitud de películas y series. Fue mi compañero Ricardo el que me lo enseñó en una foto y no pensé que pudiera verlo, ya digo, fue totalmente fortuito. Gracias Richard.
Pero nosotras tenemos que encontrar la boca del metro que nos suba a Midtown y le volvemos a preguntar a una señora que nos dice que no cojamos el metro porque ha habido un incendio. Al principio no doy crédito y dudo de haberla entendido bien, de modo que nos metemos en el metro. Cual será nuestra sorpresa cuando vemos que no se ve el andén del humo que hay. Nos faltan pies para salir huyendo. Puf ¡qué agobio! En cuanto estamos en la superficie cogemos un taxi que nos saca de allí. Esto de que el metro se inunde, se retrase, se pare o se incendie es algo con lo que los neoyorquinos conviven y se lo toman estoicamente parece ser, pobres.
De vuelta a “casa”, ducha y a ponernos divinas para ir a cenar al Blue Note.
El Blue Note está en el 131 de West 3rd St, entre MacDougal y la 6ª Avenida y es uno de los templos del jazz del Village. Tony Bennett, Natalie Cole y hasta el mismísimo Ray Charles han actuado en este local que además de actuaciones en directo es restaurante. Yo estaba convencida que nos iban a decir que no había nada que hacer por no haber reservado, pero no. Al ser sólo dos pensaron que nos podrían acoplar en algún huequecito y justo. Debía de ser el único hueco que quedaba libre en todo el local que, por supuesto, estaba hasta la bandera. Hay que tener en cuenta que era el primer sábado de julio y la gente tenía ganas de pasarlo bien. La banda que tocaba esa noche era Dirty Dozen Brass Band, siete musicazos que hicieron las delicias de todos los que tuvimos la suerte de verlos y hasta de bailar con ellos. Un repertorio que no dudaba en mezclar géneros como el jazz con el funk, el soul o el rhythm and blues. Un conciertazo de más de una hora mientras nos tomábamos una ensalada César y unos calamares a la romana. Nos colocaron en una mesa en la que ya había dos parejas de lugareños que estaban dispuestos a darlo todo, pues una de las chicas salió voluntaria al escenario en cuanto solicitaron el apoyo del público. Y vaya sí se lo curró, jeje, fue la que mejor supo estar a la altura de los músicos de todas las que subieron. Al final como no podía ser de otra manera, consiguieron que nos pusiéramos todos a bailar y a cantar con ellos. El ambiente era magnífico. Nos sentimos como si nos hubiéramos colado en una fiesta, como si aquello no fuera apto para turistas, solo para neoyorquinos. Realmente alucinante. Otro de los momentos estrella del viaje, y la mejor manera de terminar nuestra última noche en la ciudad, sin duda. 
Sólo me queda comentar que por entrar había que pagar 45 dólares, no está nada mal teniendo en cuenta que íbamos a ver un espectáculo en directo; más lo que consumiéramos, en este caso lo que nos cenamos, más el inevitable 18% del precio total. Nos salió la broma por 152 dólares, pero si tenemos en cuenta todo lo que iba incluido en ese precio, me parece que es lo que más barato nos salió de todo el viaje y por supuesto, de lo que más mereció la pena con diferencia.
Antes de volver al hotel quisimos ver el ambiente que había en la calle MacDougal un sábado por la noche. Entramos al Café Wha? para verlo por dentro y nos paran en la puerta para pedirnos los carnés y decirnos que son 15 dólares si queremos pasar. Le decimos al segurata que sólo vamos a verlo y después de ver las fotos de Dylan y Hendrix nos despedimos, ahora sí de Greenwich Village con mucha pena. 
Otro día maravilloso de principio a fin.
Suzy














No hay comentarios:

Publicar un comentario