Miércoles
3 de julio de 2019
La
mañana amaneció menos sofocante gracias al chaparrón de la noche
anterior. A las 11 teníamos que subir al Top
of the Rock.
Antes de eso nos deleitamos con un típico desayuno americano a base
de tortitas y otras "ligerezas" para poder enfrentarnos al día con el
suficiente aporte energético. Mientras esperábamos a que se hiciera
la hora nos dio tiempo a visitar la Catedral de San Patricio que está
justo en frente. Después de haber visto las catedrales europeas,
pues la verdad, se queda uno igual que estaba, pero bien, siempre se
agradece, sobre todo en verano, por aquello de que te puedes sentar
un rato y se está fresquito.
La
visita al mirador del Rockefeller
Center
es o debía ser obligada. Merece muchísimo la pena y no es nada
caro. Las vistas son espectaculares y al tener un cristal las fotos
salen geniales. Ahí arriba estuvimos casi una hora y al bajar nos
fuimos a visitar el Radio City Music Hall, que
está también en el Rockefeller Center, ya que éste se compone de
19 edificios entre tiendas, restaurantes, oficinas y jardines.
El
Radio
City Music Hall ha
sido de lo que más me ha gustado del viaje. Estaba en mi lista desde
el principio por haberlo visto tanto en ‘Días de Radio’ de Woody
Allen como en ‘El Padrino’ de Coppola. Pero además, mi hermana
me había insistido mucho en que no me lo perdiera, y tenía razón.
Se trata de un antiguo palacio del cine que ahora se utiliza para
espectáculos en vivo y que es considerado como el teatro más
importante del país. Se inauguró en 1932 con la decoración art
decó y
ya sólo por eso merece la pena verlo. Pero es que la visita guiada
por el módico precio de 30 dólares dura casi dos horas y no tiene
desperdicio. Te cuentan toda la historia del teatro con todo lujo de
detalles y te enseñan los entresijos del mismo desde las bambalinas
hasta los sótanos, pasando por los camerinos o la sala de ensayos
donde se puede ver a las Rockettes, que son las bailarinas que todos
los años representan el “Radio City Christmas Spectacular”. En
serio, es una maravilla. La decoración art decó se restauró
recientemente, desde las moquetas o las paredes hasta el último
detalle de los baños tal y como estaba en 1932, porque otra cosa no,
pero pasta no les va a faltar para eso y más. El espectáculo de las
Rockettes agota las entradas todos los años al igual que el resto de
eventos que tienen lugar en el teatro, como la entrega de los Premios
Grammy o los Tony. Este agosto, por ejemplo, actuaban John Fogerty
(Creedence Clearwater Revival) o Lenny Kravitz. Así que a cualquier
aficionado al mundo de la farándula le encantará. Se lo aseguro.
Después
de tanta información y belleza había que asimilar todo eso, de modo
que hicimos mutis por el foro (nunca mejor dicho) y nos retiramos a
descansar un poquito y preparar la tarde.
Una
de las pocas cosas gratis de NYC es el ferry a Staten Island. Sale
cada 30 minutos desde South Ferry Terminal y el recorrido es gratis
tanto a la ida como la vuelta. El mismo ferry que cada mañana cogía Melanie Griffith en la película de Mike Nichols de 1988, 'Armas de Mujer' ('Working Girl' en su título original). La película arrancaba con una panorámica del ferry llegando a Manhattan, en donde nuestra protagonista intentaba cada día triunfar luchando contra los tiburones del distrito financiero y cada noche se volvía en el ferry a su barrio obrero.
En Staten Island no hay mucho que ver, salvo la mansión de Don Vito Corleone para los fanáticos de 'El Padrino'. Por lo que de verdad merece la pena coger el ferry es porque pasas muy cerca de la Estatua de la Libertad y te ahorras otra excursión. A no ser que de verdad os haga mucha ilusión verla de cerca y queráis subir a la corona. A nosotras nos bastaba con verla desde el barco, y para eso hay que ponerse a estribor (a la derecha a la ida) que se ve muy bien y además si lo hacéis al atardecer al coger el ferry de vuelta veréis cómo se va iluminando el skyline (perfil, contorno) de Manhattan y Brooklyn con lo que hay que ponerse a babor (a la izquierda) y eso sí que es precioso.
En Staten Island no hay mucho que ver, salvo la mansión de Don Vito Corleone para los fanáticos de 'El Padrino'. Por lo que de verdad merece la pena coger el ferry es porque pasas muy cerca de la Estatua de la Libertad y te ahorras otra excursión. A no ser que de verdad os haga mucha ilusión verla de cerca y queráis subir a la corona. A nosotras nos bastaba con verla desde el barco, y para eso hay que ponerse a estribor (a la derecha a la ida) que se ve muy bien y además si lo hacéis al atardecer al coger el ferry de vuelta veréis cómo se va iluminando el skyline (perfil, contorno) de Manhattan y Brooklyn con lo que hay que ponerse a babor (a la izquierda) y eso sí que es precioso.
Antes
de eso habíamos investigado cómo bajar hasta el Downtown y
encontrar el muelle en cuestión. En la recepción del hotel nos
convencieron de que el metro era la mejor manera y la más barata. Yo
no estaba muy convencida porque todo el mundo me había dicho que el
metro no molaba, pero si los neoyorquinos nos lo recomendaban sería
por algo. Efectivamente, el metro con todas sus pegas (las veces que
se retrasa, se inunda, se colapsa…) sigue siendo el medio más
rápido. Aunque no es que esté tirado de precio, porque un billete
de ida son 3 dólares; pero puedes sacar algo parecido a un bonobus,
esto es, la Metro
Card y
con eso ya no es tan sangrante. Sirve tanto para el metro como para
los autobuses, aunque nosotras sólo la usamos para el metro. La
puedes ir recargando a demanda y así sí renta.
En
Staten Island, como he dicho, no hay mucho que hacer así que nos
quedamos tomándonos un batido en el muelle a esperar la puesta de
sol para volver a Manhattan. Y la verdad es que mereció mucho la
pena, muy recomendable.
Al
volver del barco decidimos caminar hasta la Zona Cero que está
relativamente cerca. Pasamos por Wall Street que no tiene nada que
ver y guiándonos por la silueta del edificio, el One
World Trade Center,
llegamos al National
September 11 Memorial and Museum.
Aún siendo de noche y sin entrar al recinto, sólo con saberte en la
zona y ver el impresionante nuevo edificio y el estanque con todos
los nombres grabados, sobrecoge.
Justo
en frente hay una boca de metro, aunque es más una estación porque
es enorme, parece un centro comercial, y ya con eso dimos por
concluida otra jornada muy productiva. Nos bajamos en la calle 42 con Broadway (famosa por todos los teatros) y
pudimos ver a uno de los miles de artistas callejeros que te vas
encontrando en cada esquina de la ciudad y como no, en el metro. Un
negro tocando al bajo temazos de George Benson y claro, nos quedamos
un rato viéndolo. Pero es que al subir a la calle y volver a
sumergirnos en la atmosfera de luz y sonido de Times Square nos
quedamos otro rato viendo a otros dos (negros también, por supuesto)
que con cubos de plástico y alguna que otra tapadera se habían
montado un espectáculo de percusión alucinante.
Y entonces
entiendes porque la llaman la ciudad que nunca duerme.
Suzy
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